Por Sonia
Liliana Vivas Piñeros
Licenciada en Ciencias Sociales UPN y docente, representante de FECODE en la Comisión Asesora para la Enseñanza de la Historia e integrante del Colectivo de Mujeres Malú. Tomado de
El grado de
naturalización de ese maltrato se evidencia, por ejemplo, en un comportamiento
reportado una y otra vez, por todas las encuestas sobre violencia de género en
el ámbito doméstico: cuando la pregunta es colocada en términos genéricos:
“¿Usted sufre o ha sufrido violencia doméstica?”, la mayor parte de las
entrevistadas responden negativamente. Pero cuando se cambian los términos de
la misma pregunta nombrando tipos específicos de maltrato, el universo de las
víctimas se duplica o triplica. Eso muestra claramente el carácter digerible
del fenómeno, percibido y asimilado como parte de la “normalidad” o, lo que
sería peor, como un fenómeno “normativo”, es decir, que participaría del
conjunto de las reglas que crean y recrean esa normalidad (Segato, 2003; p. 3).
Un fantasma
vuelve a recorrer el mundo entero. Es el fantasma de la conciencia y el coraje
de las mujeres para decir: ¡No más! Basta de que nos maten de tantas
formas. Hartas estamos de que la eliminación patriarcal de nuestra voluntad, de
la soberanía sobre nuestros cuerpos, de la subestimación de la trayectoria
profesional y laboral, de la romantización de la maternidad y del cuidado como
únicos campos de realización de las mujeres, de que todo esto, siga siendo la
constante.
No se trata de
que “los tiempos pasados hayan sido mejores”, lo que explica que,
aparentemente, sólo de manera reciente, las tasas de maltratos, abusos,
desapariciones y feminicidios se hayan disparado. Se trata de que en esos
“tiempos pasados” en los que el miedo, base del control machista y patriarcal
sobre las mujeres, impedía que el desafío de las mujeres a ese lastre cultural
(que desde siempre ha existido) fuera masivo como lo es ahora y que por cuenta
de los resquicios que se van abriendo desde el contexto de la globalización,
las corroídas estructuras neoliberales no sean las únicas que se fortalezcan,
sino que, a la par, se globalizan las resistencias, entre ellas, las de las
mujeres. “La historia deja de ser un escenario fijo y preestablecido, un dato
de la naturaleza, y el mundo pasa a ser reconocido como un campo en disputa,
una realidad relativa, mutable, plenamente histórica. Este es el verdadero
golpe en el orden de status. Esa conciencia desnaturalizadora del orden vigente
es la única fuerza que lo desestabiliza” (Segato, 2003; p.14).
La
desestabilización de la que habla Segato implica la reacción del sistema patriarcal
para conservar el orden establecido; ese, que le ha permitido posicionarse
históricamente como “el sistema de todas las opresiones y que opera articulando
estas opresiones sobre el cuerpo de las mujeres y desde estos cuerpos las
reproduce en la humanidad y la naturaleza, justificando las guerras, la
violencia y la depredación de la naturaleza” (Paredes y Guzmán, 2014; p. 58).
Así, a partir de la humanidad de las mujeres es que se fortalece la opresión y
si esa humanidad se levanta hay que “reprender”.
El panorama
brevemente esbozado tiene un dramático escenario en América Latina, por cuenta
del uso de la violencia y el maltrato en todas sus formas que va de la mano con
la herencia colonial de absoluta imposición religiosa de la tradición de
occidente. Y, si enfocamos aún más la mirada, por cuenta de la experiencia
histórica de la violencia, en un país como Colombia ese panorama se hace
verdaderamente desolador, porque las construcciones patriarcales, que asumen el
cuerpo y la vida de las mujeres como botines de guerra, hace sistemática la
eliminación, física o simbólica de lo otro, de lo diferente, en este caso, de
las mujeres y sus apuestas de vida, porque no tienen ninguna cabida si no se
insertan en la lógica patriarcal. De ahí que se afirme, desde el título del
artículo, que la muerte tiene muchas formas porque no se agota en esa
eliminación física, sino que ésta, que en nuestro país es una lamentable
realidad, está antecedida por diversas formas de morir: La exclusión, el
desplazamiento forzado, la maternidad no deseada, la marginalidad, la
desigualdad, las actitudes y acciones violentas desde el lenguaje y el resto de
campos simbólicos hasta los abusos y las violaciones, también matan en vida a
tantas mujeres, de todas las edades, a diario. A esas tantas formas de muerte
que denunciamos, hay que agregar que no sólo tienen a una mujer, que encarna el
dolor emocional, físico o psicológico como única víctima, sino también a su
entorno familiar que también muere muchas veces entre tanta revictimización de su
tragedia.
Esas formas en
las que se condenan a diferentes muertes a las mujeres colombianas y sus
entornos familiares hallan desde el espacio estatal un letargo que sólo se
comprende cuando se articula la cultura machista y patriarcal que nos atraviesa
con la profunda descomposición ética en las formas de hacer política. Por ello,
pasa de ser ingenuo a cínico el argumento desde el cual, desde el plano legal,
los derechos de las mujeres se hallan plenamente protegidos y garantizados; la
cultura no se construye y reconstruye por decretos, sino en el sustrato de las
relaciones cotidianas que cuestionan lo que se percibe como “normal”; y, si
bien es cierto que ese plano legal importa, “hay una condición indispensable:
la mediatización de los derechos. La visibilidad de los derechos construye,
persuasivamente, la jurisdicción. El derecho es retórico por naturaleza, pero
la retórica depende de los canales de difusión, necesita de publicidad. Es
necesario que la propaganda y los medios de comunicación en general trabajen a
favor de la evitabilidad, y no en su contra (Segato, 2003; p. 14). Esa
propaganda y demás medios de difusión tienen potencia en la medida en que sea
la cultura misma la que demande esa necesidad; mientras eso no sea realidad,
esos mismos dispositivos reproducen y fortalecen las justificaciones
patriarcales de las diferentes muertes que padecemos las mujeres.
Los tiempos de
pandemia en los que vivimos evidencian que el machismo y el patriarcado se
fortalecen con el imperio del control desde el espacio privado que impuso la
cuarentena; pero no sólo para quienes tienen el ‘privilegio’ de asumirla, sino
también para quienes están en la condena de buscar la supervivencia aunque esto
implique riesgos de contagio. Sea como sea, en ese contexto es que esas tantas
formas de muerte a las que se condena a las mujeres han hallado en las cifras,
datos alarmantes que han hecho que diferentes organizaciones y colectivos, no
sólo de mujeres, sino de diferentes sectores sociales con apuestas
alternativas, exijan a este gobierno postizo que en cuerpo ajeno hace shows en
TV que evidencian la incapacidad de gestión adecuada de recursos para atender
la contingencia, el desconocimiento de la histórica desigualdad social con la
negativa a la renta básica y el aprovechamiento de la situación para amenazar
la estabilidad laboral cuyas ganancias son producto de las luchas y
organización sindical, popular o comunitaria, que declare la emergencia
nacional por feminicidios, porque hace mucho tiempo, mucho antes de la
pandemia, las distintas muertes contra las mujeres, en tantas horribles formas
no son casos aislados, no pueden explicarse como situaciones desafortunadas
producto de las lógicas del amor romántico plagado de machismo o como
escarmiento por vivir la vida más allá de los cánones patriarcales. La
emergencia nacional por feminicidios es un eco del gran grito de las mujeres
colombianas que estamos hastiadas de que la muerte nos ronde y nos alcance de
maneras tan infames.
Notas
(1) Licenciada en Ciencias Sociales UPN; Magíster en
Desarrollo Educativo y Social CINDE-UPN; Docente en la sede rural D Torca del
Colegio Nuevo Horizonte IED; Representante de FECODE en la Comisión Asesora
para la Enseñanza de la Historia; integrante del Colectivo de Mujeres Malú;
creadora y conductora del espacio de El Rincón de Apolonia; integrante del
Equipo de trabajo docente y sindical de Renovación Magisterial. Correo-e: rincondeapolonia@gmail.com.
(2) “El feminicidio se refiere al asesinato de una
mujer por el hecho de serlo, el final de un continuum de violencia y la
manifestación más brutal de una sociedad patriarcal. Este fenómeno ha sido
clasificado según la relación entre víctima y victimario en cuatro categorías:
i) Feminicidio de pareja íntima, ii) Feminicidio de familiares, iii)
Feminicidio por otros conocidos y iv) Feminicidio de extraños, todos estos
atravesados por las diferentes opresiones que viven las mujeres día a día. El
feminicidio hace parte de las múltiples y complejas violencias contra las
mujeres, y no puede entenderse sólo como un asesinato individual, sino como la
expresión máxima de esa violencia, en la que el sometimiento a los cuerpos de
las mujeres y extinción de sus vidas tiene por objetivo mantener la
discriminación y la subordinación de todas. (…) En Colombia el feminicidio fue
tipificado como un delito autónomo por la ley 1761 de 2015, que lo define como
el asesinato de una mujer por su condición de mujer o por motivos de su
identidad de género, este tipo penal será agravado cuando sea cometido por un
servidor público, la víctima sea menor de 18 años o mayor de 60, sea cometido
por varias personas, le anteceda una agresión sexual o sea perpetrado por la
pareja o expareja de la víctima” (ONU mujeres Colombia, 2019).
Referencias bibliográficas
- https://colombia.unwomen.org/es/como-trabajamos/violencia-contra-las-muj... (Consultado
el 26 de junio de 2020. 11:00 hrs).
- Paredes, J. y Guzmán, A. (2014). El tejido de la rebeldía.
¿Qué es el feminismo comunitario?. La Paz, Moreno Artes Gráficas.
- Segato, R. (2003). Las estructuras elementales de la
violencia: Contrato y status en la etiología de la violencia. Brasilia, Serie
Antropología.
Boletín de feminicidios VIVAS NOS QUEREMOS
COLOMBIA de mayo del 2020
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