Hoy, los mismos personajes que diseñaron las políticas que lanzaron a los trabajadores a la inestabilidad y a la pobreza, piden que seamos comprensivos, que aceptemos la suspensión unilateral de los contratos, la pérdida de los beneficios de las convenciones colectivas, de las dos primas anuales y además, las rebajas significativas en los salarios; que se deben acelerar la implementación de la contratación por horas y todo en nombre de salir de esta crisis pero olviden, convenientemente, que los y las trabajadores de este país, llevamos años viviendo en crisis y que no nos da para salir de otra.
Por
Daniel Hawkins y Diana Marcela Jiménez
En
tiempos de pandemia, cuando tan necesaria se hace la franqueza, aquí va: No
somos ni hemos sido una sociedad industrial, en el sentido estricto de la
palabra, la misma evolución de la participación del sector de la manufactura en
la producción colombiana, lo demuestra. Tampoco conocemos cómo es vivir en un
Estado de Bienestar. No obstante, seguimos fielmente la concepción de que el
trabajo asalariado es la mejor manera para que las personas alcancen una vida
digna, tanto a nivel personal como familiar. Continuamos creyendo en las
promesas de la sociedad industrial y el modelo de integración laborista, pero,
nos equivocamos. El trabajo, hoy en día, no ofrece la posibilidad de movilidad
ocupacional, no nos garantiza una vida digna, ni siquiera el mínimo vital.
Miramos
nuestro frágil y mal regulado mercado laboral y, ¿qué encontramos? Una
tendencia clara a que, con los años han disminuido los trabajos asalariados
mientras crece el trabajo de los cuentapropia, proclamados, estos últimos, por
los voceros de la economía naranja, como la fuente de liberación de los
emprendedores, cuando en la realidad es un eufemismo por el rebusque. La
franqueza, en estos tiempos, es necesaria.
Para
el segundo trimestre de 2019 solo el 50,2% de la población ocupada era
asalariada (un poco más de 11 millones de trabajadores), mientras casi 9,5
millones de personas se contaban como cuenta propistas. En términos de la tasa
de informalidad laboral, calculada a partir de la afiliación de contribuyentes
a los regímenes de pensiones y salud, se registraba que el 52,3% de los más de
22 millones de trabajadores están excluidos de estos dos sistemas básicos de
protección social. De otro lado, más del 30,4% de los trabajadores del país no
contaba con algún título educativo y otros 38,5% solo con el bachillerato, así
que las posibilidades de movilidad social – transgeneracional, también se iban
limitando; la promesa de fomentar una población altamente educada para aumentar
la productividad en sectores económicos con alto valor agregado solo fue esto,
un discurso rimbombante, sin ton ni son.
Aquí
la prioridad fue y ha sido, la de liberalizar el comercio, flexibilizar las
relaciones laborales y vender muchas de las empresas públicas estratégicas al
postor más congraciado con los gobernantes. Para poder “competir” en el mercado
global nos dijeron que debíamos aplazar nuestras esperanzas y trabajar más
duro, por menos, como sumisos sirvientes a una patria lejana y sorda; después
vendrá la bonanza. Padecimos la flexibilización e inestabilidad contractual,
los atropellos de las Cooperativas de Trabajo Asociado (CTA), las Sociedades
por Acción Simplificadas (SAS), los contratos sindicales y los pactos
colectivos, además de perder parte de los dominicales y de las horas nocturnas,
todo en nombre de bajar la carga laboral de los empresarios. Porque primero se
piensa en ellos, en los empresarios y no en quienes realmente trabajan.
Para
las y los trabajadores colombianos nunca llegó tal promesa, la de la bonanza, y
ahora la vida cotidiana se volvió todavía más hostil. Tan solo en un mes los
mal llamados “inactivos” crecieron en casi 1,8 millones y los desocupados en
287 mil, y esto con nada más que ocho días de confinamiento obligatorio. Y si
esto pintó mal, ¡abril será mes de tormentas!
Nos
dicen que debemos enfrentar esta pandemia todos juntos, en solidaridad, con
estoicismo. Que debemos inyectar crédito a las empresas, a través del sector
financiero, per se, avaro, sobre todo con los pequeños clientes. Que debemos
salvar a las empresas, generadoras de empleo y de orgullo colombiano, como
Avianca que, no obstante, es una empresa registrada en Panamá, notorio por ser
un paraíso fiscal y que por años tercerizó a miles de sus trabajadores y
despidió a otros tantos por reclamar la violación de su convención colectiva.
Se ha olvidado, tan pronto, que no todas las empresas están igual de débiles,
porque la desigualdad en este país es a todo nivel. Justo, tan solo hace un
año, se celebraba que más del 80% de las 5 mil empresas más grandes del país,
arrojaron utilidades y que dos tercios de ellas aumentaron sus ventas, pero,
aun así, hoy toca salvarlas. Es más, hace tan solo unos meses y como regalo por
su buen desempeño, el gobierno les dio otra reforma tributaria regresiva,
aprobada con buenas tajadas de mermelada para los congresistas a puertas
nocturnas, finalizando el mes de diciembre del año pasado mientras que el
pueblo protestaba en las calles.
Hoy,
los mismos personajes que diseñaron las políticas que lanzaron a los
trabajadores a la inestabilidad y a la pobreza, piden que seamos comprensivos,
que aceptemos la suspensión unilateral de los contratos, la pérdida de los
beneficios de las convenciones colectivas, de las dos primas anuales y además,
las rebajas significativas en los salarios; que se deben acelerar la
implementación de la contratación por horas y todo en nombre de salir de esta
crisis pero olviden, convenientemente, que los y las trabajadores de este país,
llevamos años viviendo en crisis y que no nos da para salir de otra.
Las salidas
a esta actual coyuntura tienen que ser distintas e innovadoras. No da para
repetir las mismas recetas reencauchadas; no nos da para cometer los mismos
errores, en los que los asalariados asumen todos los costos de la solución. Se
supone que los capitalistas deben innovar o perecer así que, siguiendo a la
eficiencia dinámica del austriaco, Joseph Schumpeter, ¿por qué los castigos del
mercado siempre son para los trabajadores o para las MYPES, pero nunca para los
grandes rentistas? ¿Por qué olvidar las salvadas de las empresas que contaminan
el ambiente, que violen las leyes laborales? ¿Por qué ignorar los subsidios al
empresariado veloz para pedir ayudas públicas, pero lento para meter mano en su
bolsillo y pagar sus impuestos? Tenemos una propuesta: ¿por qué no se salvan
los ingresos de los trabajadores, enfrentando la penuria con un dividendo
social temporal, una medida que pueda devolverlos a la dignidad y reactivar el
consumo? Será una medida para hoy, luego hablaremos de cómo transformar nuestro
precario mundo de trabajo y producción con una renta básica universal. Son
tiempos para cambiar la política, son momentos para pasarnos a la otra orilla.
Mayo 9
de 2020
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